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11 de enero de 2008

Actas de Tola


Acta primera
Muy bien. Ellos mismos se lo buscaron. En este país, señores, se acabó el tiempo de los revoltosos. Orden y disciplina son las únicas consignas permitidas. A esos gallitos aniñados, ¿cúantos son?, ¿doce?, a ésos voy a mandarles en un lugar desierto y aburrido que a unas pocas semanas van a implorar por que se les dé la oportunidad de regresar a la ciudad grande. Capitán Espinoza, búsqueme en el mapa el lugar más mierda e indíquemelo con el dedo.
El capitán hizo sonar los tacones, extendió una gran carta geográfica sobre la mesa de operaciones y, obedeciendo las órdenes del Investido, indicó un punto amarillo situado entre dos quebradizas líneas de color marrón.
Aquí mi general. Tola. Siguiendo desde Antofagasta la linea recta del Trópico del Capricornio, que es la distancia más corta entre dos puntos...
¿El Trópico del Capricornio?
No, mi general. La recta.
¡No se me vaya por las ramas, Espinoza! ¡Prosiga!
¡A susu órdenes, mi general! Como decía, siguiendo la recta del Trópico del Capricornio y saliendo desde Antofagasta se avanzan unos tresciento kilómetros en dirección este para llegar hasta la cordillera de sal...
¿Es transitable la línea ésa?..., ¿cómo se llama? ¿Capri cuánto?
Es una línea teórica, mi general.
¡No me venga usted también con huevadas teóricas, Espinoza! ¡Prosiga!
¡A sus ordenes , mi general¡ Una vez cruzada la Cordillera de sal, se llega al famoso Salar de Atacama. Un infierno seco, mi general. Allí los escupos se momifican antes de llegar all suelo.
Justo en medio del Salar de Atacama se encuentra Tola.
¡Me gusta, Espinoza! Me gusta. ¿ Tienen alguna chance de arrancarse de allí esos gallos?
Negativo, mi general. No hay caminos. Y si alguna vez los hubo han desaparecido tragados por el arenal. Es un pueblo muerto, abandonado hace más de cincuenta años al cerrar la última oficina salitrera que operaba en la zona. No tienen como salir de ese hoyo. El único lugar poblado, San Pedro de Atacama, queda a unos cincuenta kilómetros al norte y allí tenemos a dos compañías de zapadores controlando el área. Un poco más al norte está la Pampa del Tamarugal, tan árida e inhóspita como el salar mismo. Al Este tienen la Cordillera de los Andes en su parte más inaccesible, al Oeste la Cordillera de Sal que ya he nombrado, y al Sur el Salar de Punta Negra, es decir desierto y soledad por todos lados...
Muy bien pensado el sitio, Espinoza. Allá se me van de vacaciones estos gallos revoltosos. Así van a aprender de una vez por todas quién es el qué manda aquí. ¿Totalmente seguro de que no hay caminos de salida?
Positivo, mi general. Lo único que existe allá son las oxidadas líneas del ferrocarril inglés que antes comunicaba las salitreras. Si quieren salir de allí por via férrea, pueden esperar el tren hasta que revienten.
Me gusta, Espinoza. Me gusta. ¿Cómo dijo que se llamaba el pueblucho?
Tola, me general, se llama Tola.
Acta segunda
Al norte nos mandan, gancho. Se lo oí decir a un milicio cuando nos sacaron al cagadero. ¿Has estado alguna vez en el norte? Durazo el clima por esos pagos, gancho. Durante el día el caregallo pega tan fuerte que revienta la piel de la cara y todo los cristianos terminan con pinta de cirróticos. Por las noches lo envuelve a uno el frío que cala hasta los huesos, y al amanecer llega siempre la camanchaca, un rocío helado que soportan solamente los pampinos. Mire. Parece que ya nos vamos. ¿Se da cuenta que somos doce? Doce como los apóstoles. A propósito, no nos hemos presentado. Chóquela, Juan Riquelme para servírmelo en todo cuanto pueda. ¿Como?¿ Pedro Arancibia se llama? Gancho, los dos tenemos nombre de santo. ¿Y en qué se la machuca don Pedro? ¿Profesor? Mire qué interesante. ¿Yo? Yo soy tiznado. ¿Cómo? ¿No me entiende? Tiznado, gancho. Soy ferroviario. Tiznado. Así nos dicen desde los tiempos de las locomotoras a carbón. En mi familia somos casi todos tiznados. Mi viejo, por ejemplo, se las machucó toda su vida como guardavía en una estación sureña, y yo trabajo como maquinista en el Pancho. ¿No me entiende? El Pancho. El expreso Santiago-Valparaíso. Bueno, tal vez debo decir que trabajaba, porque cuando salgo de ésta no creo que me reincorporen al trabajo. Seguro que me anotaron en la lista negra pase a que hace más de veinte años que echo los bofes en Ferrocarriles. Pero ¡Arriba el ánimo, gancho! No hay mal que dure cien años ni perro que los resista! Nos vamos al norte don Peyuco, y esto tiene que tener también su lado bueno. Como dijo el oculista, las cosas de la vida dipenden del cristal con que se las mire. ¿Se da cuenta? Todavía no podemos decir que estamos fritos como dijo el pescado cuando lo tiraban a la sartén.
En el pampino nos vamos y prepárase, gancho, que el viaje va a ser largo.
Acta tercera
Este viaje es diferente y, absurdamente, de alguna manera quisiera rescatarlo. Si. Rescatarlo. Cambiar el sentido del tren en marcha, invertirlo todo. Los asientos duros del vagón de segunda, las miradas entre hostiles y aburridas de los soldados que nos custodían, las palabras-siglas FF.CC. Del Estado, el vaivén antaño dulcemente adormecedor y que ahora provoca insomnio. Si Neruda... y está muerto. Si Neruda estuviera aquí, en el asiento de enfrente, cara a cara a la vida, le preguntaría con honestidad de un niño: <>. Me respondería: <> Y así occurrirá seguramente con todos los trenes, menos que con éste.
Chakatakak. Chakatakak. Chakatakak. Se mueve. Avanza la serpiente de acero. Ya se divisa la sequedad de Til Til cuando en realidad deberían ser los melonares del Maipo los que acarician de verdor las ventanas.
Chakatakak. Chakatakak. Chakatakak. <> Somos doce que bien pudieran ser un equipo de fútbol ¿porqué no? El Unidos Venceremos FC del barrio Independencia que acude al campo de honor para medirse con los Buenos Muchachos FC de Paine. Siguiendo las viejas costumbres deportivas, perderemos. Siempre los visitantes han de dejar a los locales el placer de la victoria, marcando eso sí el tanto del honor poco antes de finalizar el encuentro. Entonces los dueños de casa serán generosos en su euforia, y el aroma de la vaquilla asada sobre leños de pneumo nos seguirá en el viaje de regreso en el último tren, en el tren de los borrachos, el tren local de condimentados pollos fiambre y de botellas de mosto que irán renovándose en todas las estaciones.
Chakatakak. Chakatakak. Chakatakak. Somos doce que más bien podrían ser una alegre comitiva de amigos que van a un casamiento. ¿Dónde? ¿Qién se casa? ¡En Rancagua! Desde luego. En la primera estación grande del sur se nos casamentean, ¿qué les parece?, el Ramón y la Olga. ¡Vino como para bañar caballos y arroz para arrojar a los novios! Llorarán las viejas repartiendo tragos a destajo, y el novio pensará en las piernas de su amada mientras saboreamos los muslitos de pava, magnamente eróticos nadando en la cazuela, pero... Chakatakak. Chakatakak. Chakatakak. No son los viñedos rancagüinos. No es el ramal cordillerano. No son los breves trenes que trepan hasta las minas de cobre y regresan trayendo en su vientre el destello eterno de las fundiciones los que se dibujan allá afuera. Cruzamos la tierra envejecida de La Ligua, epicentro de catástrofes, chivo expiatorio del odio que a veces con terremotos nos manifiesta la tierra.
Chakatakak. Chakatakak. Chakatakak. <> En la violenta luz de la tarde Illapel nos prepara los ojos para el enfrentamiento con el impostergable desierto que ha de comenzar en pocas horas. Chakatakak. Chakatakak. Chakatakak. ¿Por qué la historia de esos días no tiene la amorosa lógica del reloj de arena? Bastaría entonces con invertirla y nos encontraríamos a la entrada de Talca, entre alamedas silvestres y tórtolas que esperan cansinas la llegada del cazador. Somos doce ¿Por qué no? Como los Doce de la Fama, lejanos españoles que perdieron para siempre la puerta de salida. Somos doce que, ordenadamente, tomaríamos lugar frente a la máquina de cajón del fotógrafo en la plaza de armas cuadrada y castellana. Miraríamos el pajarito para ser luego doce negros con el pelo blanco, todos cabeza abajo esperando a que el mago de la imagen reapareciera desde la oscuridad de su mínimo templo enfranelado, y nos entregara la postal con la leyenda <> heráldica orgullosa de latifundistas arruinados, que siguen citandose a las cinco de la tarde, discretamente a tomar <> porque once son las letras del aguardiente que liban en vasitos altos como el meñique, en tanto el bar de la estación se llena de carcajadas y frases de asombro producidas por la impecable rima de los <>, vates del tren rápido a Puerto Montt que declaman los versos, los buenos versos, y ofrecen al viajero, entre avellanas y tortas, la flor recién impresa de <>, pero... chakatakak... chakatakak... Chakatakak. El tren no se detiene. No lo hará hasta que hayamos avistado Ovalle, y entre soledad y silencio, la tumba tranquila de la Mistral, nuestra Gabriela.
Chakatakak. Chakatakak. Chakatakak. ¿Ha subido alguien más? Este vagón ha sido enteramente reservado para nosotros, los doce apestados, los que contrajeron el cólera, la peste amarilla, roja o negra.Los doce que van camino de su cuarantena de silencio. En La Serena casi tocamos el mar, el Pacífico que enmohece la estatua de Francisco de Aguirre y nos golpea la cara indicándonos que de ahí en adelante todo será luz y mineral.
Chakatakak. Chakatakak. Chakatakak. <>. Chakatakak. Chakatakak. Chakatakak. Pasan nombres rodeados de viejas calaminas. Chakatakak... chakatakak... Vallamar... Chakatakak... Punta de Díaz... chakatakak... Chacarita... chakatakak... Castilla... chakatakak. Copiapó aparecerá como un fantasma en la grúa y el silbado del tren removerá los espectros de los buscadores de oro, de todas las fortunas arrebatadas por el barrote del rey de bastos... Chañaral... chakatakak. Entre las miradas alucinadas de llamas y vicuñas emprendemos el rumbo de la altura. Sierra. Todo es Sierra. Sierra de León. Sierra. Sierra del Carmen. Sierra. Sierra Septiembre. Sierra. Sierra Amarilla. Sierra. Sierra del Buitre. Sierra. Sierra sin nombre. No. Estos cuatro palos fueron bautizados. Tola.
Acta cuarta
Señores. Por disposición del supremo gobierno y en conformidad a la legislación en tiempo de guerra, ustedes permanecerán en este lugar hasta nueva orden. Recibirán abastecimiento una vez cada quince días. Muy cerca encontrarán un pozo con agua perfectamente potable. No deben sentirse abandonados. Una vez al mes recibirán la visita de un practicante del ejército por si se presentan problemas de salud, cosa que dudo, en tanto lo único que pueden hacer aquí es ejercicio. Como ha dicho nuestro capitán general, mente sana cuerpo sano. Señores les deseo una agradable estadía en este tranquilo rincón de la patria y les recomiendo pensar en los errores cometidos a fin de no repetirlos. Es todo, señores. Rompan filas.
Acta quinta
Moya. ¿Estai dormido, Moyita? Putas que hace frío, Moyita. No puedo dormir pensando en esos chicos que dejamos en Tola. Se pueden morir allí, Moyita. Yo sé lo que te digo. Yo soy pampino, Moyita. Los mamani somos de un poco más al norte. Yo sé lo que te digo. Putas que hace frío. Los miré muy bien durante todo el viaje y no me parecieron malos tipos. ¿Viste cómo nos convidaron de sus puchos? ¿Viste cómo nos ofrecieron sus viandas? Putas que es vaca mi teniente García. El también es vaqueano de la zona y sabe que de ese pozo no se puede tomar ni una gota sin terminar con cagalera. Es agua sulfatada, Moyita, hay que hervirla varias horas antes de poder tomarla. Putas que es vaca el conche su madre. Esos cristianos se van a morir allí, Moyita. Son paisanos, y los paisas no saben sobrevivir como nosotros. ¿Cómo decís? ¿Que quién los mandó a meterse en huevadas? Tenís razón, Moyita. Pero yo creo que hubiese bastado con meterlos a la capacha. ¿Pa' qué tirarlos a cagar tanto a los paisanos? Sí. Te dejo dormir. Ya no te doy más lata, pero es que putas que hace frío, Moyita. Y el frío me hace pensar en los paisanos.
Acta sexta
Buena la idea de hervire el agua, don Peyuco. No está mal el lugarcito, ¿no le parece? Todavía hay varias casas habitables, pero yo pienso que es mejor que sigamos todos juntos en la estación. ¿Sabe? Creo que los milicios quicieron reventarnos por dos lados: por el agua y por el frío. Pero les salió el tiro por la culata, porque leña tenemos para varios años y con su idea de hacer hervir el agua vamos a estar más sanos que un yogurt.
Pero yo quería hablarle de otra cosa, don Peyuco. Con lo que voy a decirle usted va a pensar que se me corrió una teja, pero tranquilo, gancho. Yo soy más serio que una foto y de locos todos tenemos un poco. ¿ No me entiende? Vamos al grano, dijo la gallina. Usted ha visto que desde que llegamos he estado recorriendo las líneas. Bueno. El asunto es que en las dos direcciones hay varios kilómetros en estado impecable, es cuestión de apartar la arena no más. ¿Sabe? He pensado y pensado y de pronto me he dicho: a lo mejor a los muchachos les gustaría darse un paseíto turístico... ¿Ve cómo piensa que estoy loco? Seguro que supone que mi idéa es formarlos en fila india entre los rieles y luego hacerlos correr gritando chucu chucu. No, don Peyuco, está más errado que un caballlo. Venga conmigo. Quiero mostrarle un tesoro.
Acta septima
Ignoro si te llegará esta carta que entregaré a los soldados cuando nos traigan las provisiones. No dejo de pensar en el viaje. Fue tan largo. Imaginate a doce hombres más los veintes soldados que nos custodiaban, viajando en el lento, lentísimo tren del norte, en el Pampino. Como ves ya he aprendido algo, por lo menos el nombre del tren. Yo no conocía del norte nada más que lo leído en las crónicas dolorosas del tiempo de Recabarren y Laferte o de la guerra del Pacífico. Es muy distinto a todo cuanto uno puede imaginarse leyendo bien abrigado en la casa o protegido del calor por los muros de la Biblioteca Nacional. Estoy bien. Estamos bien, muy bien, y de eso quiero hablarte. Entre nosotros hay un hombre muy especial, Juan Riquelme, un ferroviario, que desde el comienzo se evidenció como <> según sus propias palabras. Es el pícaro español en versión criolla. Pedro Urdemalas en el destierro. Nos vino narrando la historia de cada pequeño pueblo que cruzamos y nos explicó, con los aires de un Einstein disertando sobre la relatividad, el porque de la lentitud desesperante del tren nortino. Durante los primeros días nos preocupó mucho su comportamiento, para ser franco, pensamos que algo le fallaba en la cabeza. Se levantava muy temprano y, premunido de una especie de escobillón que él mismo fabricó, se marchaba barriendo la arena que cubría la línea derecha del antiguo tendido, del ferrocarril inglés que antaño servía en las salitreras. Lo veíamos avanzar lentamente hasta que su figura no era nada más que un incierto punto en el horizonte. Al atardecer reaparecía con la misma parsimoniosa lentitud, pero ahora limpiando la línea izquierda. Repitió esta tarea varios días sin decir una palabra y, al finalizar la segunda semana, nos convocó en un galopón alejado y, no vas a creerme, pero en ese lugar había, hay, dos locomotoras viejísimas, como esas que se ven en los filmes del Oeste norteamericano. Dos máquinas de carbón o leña. Dos máquinas de vapor, como pacientemente nos ha esplicado Juan Riquelme. Vas a pensar que he enloquecido, que todos hemos enloquecido, que el sol nos ha secado el coco aquí, en medio del desierto, pero el caso es que todos estamos metidos de cabeza en la tarea de echar a andar una de las máquinas. Además de Riquelme, el único de nosotros que entiende de mecánica, fierros y esas cosas, es Arancibia un profesor de escuela industrial que se ha hecho uña y mugre con Riquelme. Ambos nos aseguran que es posible mover uno de los mastodontes. No pienses que se trata de un posible plan de fuga. No. Ninguno de nosotros es tan idiota como para proponerse algo semejante. Se trata simplemente de ¿como decirlo?, un juego fascinante contra la adversidad y en el que lo único verdaderamente importante es ganar la posibilidad de seguir soñando...
Acta octava
... Eh..., maestro Riquelme..., acérquese un tanto ¡ahí no más! Péguese una meada también, pa' disimular, mire que el teniente tiene ojos hasta en la nuca. Le mandé la carta a la familia y ya contestaron. Mi teniente no quiso traerles la correspondencia porque dice que hay que mantenerlos incomunicados. De puro vaca lo hace. Yo leí la carta de su señora y dice que todos están bien y que a la menorcita le han salido tres dientes de leche. Hay también cartas para el profesor y para dos de sus colegas, pero no pude leerlas porque todavía soy medio analfabestia y me demoro mucho en la lectura. De nada. Oiga, maestro, en las ruinas de la capilla le dejé las limas y la sierra que me pidió. Es lo único que pude acarrear porque mi teniente andaba medio saltón. Gancho, no se vayan a meter en forros, mire que el huevón es capaz de fusilarlos. Yo le advierto no más, gancho. Es trago amargo el tenientito...
Acta novena
Con paciencia, muchachos. ¿Saben qué es lo que necesita un elefante para tirarse a una hormiguita? Paciencia. Esta máquina es algo más que un pedazo de fierro. Es sensible esta muchacha. A ver mijita, dígales su nombre a los muchachos. ¿Cómo? Dice que tiene escrito el nombre en la caldera. ¿Guatón, yusey? Dice que no habla castellano la cabrita. Socios, paren las orejas. Se llama Queen Victory y es un modelito que los ingleses le dedicaron a la reina Victoria cuando era princesa no más. De estas mismas locomotoras llevaron los gringos a la india. Colega Arancibia, ¿me rebajó el perno que me indiqué? A ver. ¡Flor de té! Como se ve que usted tiene dedos pa' piano, gancho. Usted tendría futuro en ferrocarriles. ¿Y ustedes? ¿Cómo va la cosa con la sierra? Pero muchachos, con paciencia. Para el comienzo necesitamos pedazos chicos de leña. ¿Cómo les explico? Miren, esta muchacha necesita que la traten como a una señorita de buena familia. Le gusta que la calienten de a poquito. ¿ah? ¿y de que se rien? Puchas que son maliciosos. Si les digo que a esta muchacha una vez que está caliente le gusta que le metan los palos grandes, seguro que van a pensar en cochinadas. Muchachos, adonde vamos a llegar con esos pensamientos. Lo que nos falta ahora es remover la salida de vapor. Si tuvieramos un tecle... ¿Qué miran? ¿No saben lo que es un tecle? En lenguaje técnico es como el chino para ustedes. Un tecle, socios, es una huarifaifa...no. Seguimos hablando en chino. Colega Aancibia, ¿Cual sería la descripción de un tecle para estos aprendices? Déjeme intentarlo. Un tecle, como su nombre indica es un conjunto de cadenas y poleas que permiten izar un objeto pesado. ¡Ah! Saqué aplauso. Así somos los tiznados. Pero hay que trabajar y vamos a tener que hacerlo a manopla. Usted, gancho, páseme ese palo. Vamos a usarlo como palanca. Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, dijo el griego y menos mal que no se lo dieron porque de otro modo flor de terremoto que se hubiera mandado.
Acta décima
<> Este tren, don Pablo, se ha detenido hace ya demasiado tiempo y, sin embargo la profecia del poema no deja de cumplirse. Aquí estamos los amigos, los Doce de la Fama, los Doce Apostoles que intentan la resurección de un enmohecido dragón británico. Como todos los hombres, queremos fabricar un pequeño, minúscolo pero elementar milagro, y ahí arriba, montado sobre la máquina que está Juan Riquelme, el tiznado, uno de esos tantos Juanes modestos, ilustremente desconocido, pero seguros de ser capaces de limpiar sus manos engrasadas con un trozo de estopa o de historia, encender un pitillo y, sin darle mayor importancia a todo lo realizado y decirle al milagro como Lázaro, ¡levántate y anda!
Tal vez, don Pablo, con erramientas viejas estemos describiendo un nuevo verso que saque <<>> por algunos segundos de su justo letargo.
Y tiene que resultar. Si logramos moverlo un solo centímetro será la victoria, el triunfo de la alegría sobre el escupo del odio. Y en este mar de arena, sol, viento y garúa, se preparan estos Doce Argonáutas porque usted lo dijo, don Pablo <<>>.

Luís Sepúlveda, Desencuentros
Traducción en italiano: Incontro d'amore in un paese in guerra

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