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11 de enero de 2008

Para matar a un recuerdo

Tienes la estampa entre las manos y el paisaje se te antoja demasiado artificial en los colores de la Polaroid. Demasiado azul el mar, demasiado transparente el cielo, demasiado encendido ese orizonte, demasiado brillo en las miradas de las dos figuras que se abrazan ignorando el viento, arropadas en pullóveres iguales.
Miras hacia afuera y lo único que ves es el reflejo que el vidrio te devuelve como una bofetada, porque es de noche, y a esta hora todas las ventanas se transforman en espejo que devuelven soledad, interiores arrepentidos, casas como la tuya, casas vacías, casas con café sin azúcar por la mañana, café rápido y el auto que no enciende y los minutos que pasan, casas con mañanas en las que descubres atisbos de neura que te señalan a gritos que estás empezando a perder la gran batalla.
La foto sigue en tus manos. La foto estaba en un cajón que no habías abierto desde hace varios meses, pero hoy la foto está en tus manos y sientes que llegó el momento de asesinar esos recuerdos añejos.
Entonces debes tomar la foto como un paralelepípedo perfectamente orizontal y, lo más importante, frente a una de las ventanas que acusan el interior de la habitación con las luces atenuadas.
No eres tú quien romperá la foto. Es otra persona, alguien más valiente o impersonal, otro yo-tú que flota en el vacío unos centímetros más allá de los cristales.
Verás cómo esa persona realiza un movimiento de cangrejo con los dedos, cómo las manos se desplazan uniformemente hacia los lados y, al fin, cómo cada una se ha llevado un trozo casi regular de la fotografía. Luego esa misma persona juntará los pedazos y repetirá el movimiento una, dos o tres veces, según lo estime necesario, hasta que tú, inexplicablemente, sientas un cansancio en los dedos.
En el vidrio verás que caen como unos copos de nieve demasiado grandes para ser gráciles y violadores de la gravedad. Caen rápido y, cuando mires hacia la alfombra, tus ojos verán los mutilados vestigios de un recuerdo que ya no tiene salvación posible.

Luís Sepúlveda, Desencuentros
Traducción en italiano: Incontro d'amore in un paese in guerra

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